Berlín, Alemania
Viktor
Siempre he pensado que, sin importar la época del año, el ambiente en cementerio siempre se siente frío y lúgubre, tanto que lo siento calándome los huesos, incluso con el sol asomándose entre las nubes grises. El viento silba entre las lápidas, arrastra hojas secas y murmullos de otros que, como yo, se sientan frente a la muerte esperando redención.
Me arrodillo frente a la tumba de mármol blanco. La limpio con la palma de mi mano, quitando la tierra húmeda que se adhiere a las letras grabadas con precisión. «Anna y Markus Albrecht». Sus nombres siguen grabados como el primer día, como si nunca se hubieran ido.
—Ha pasado demasiado tiempo —murmuro, y mi voz se quiebra en el silencio del cementerio—. Sé que no vine antes. No como debía.
Me acomodo, apoyando un codo sobre mi rodilla. El silencio me obliga a enfrentar cada palabra que dejo escapar.
—Durante años, pensé que la única forma de honrarlos era convertir mi rabia en acero. En plomo. En sangre.
Miro la p