Berlín, Alemania
Emilia
Apenas han pasado tres días desde que casi muero y aún siento la herida latir bajo la piel como un recordatorio de lo cerca que estuve de perderlo todo, pero hoy no hay lugar para el miedo ni para la fragilidad. Hoy tengo una deuda que saldar. Ha llegado el día de que esas mujeres, aquellas por las que luché, por fin vean la luz del día y regresen a sus vidas.
—Emilia, por favor… —La voz grave de Viktor resuena detrás de mí mientras me pongo un abrigo ligero.
Me giro y lo veo apoyado en el marco de la puerta, con esa ceja arqueada que me derrite y me saca de quicio a partes iguales.
—Viktor… —suspiro, sabiendo que no va a ceder con facilidad—. No voy a quedarme acostada cuando ellas me necesitan.
Él se cruza de brazos. La línea de su mandíbula se tensa. —Podrías delegarlo. Konstantin puede…
—No —lo interrumpo, caminando hasta él para poner mis manos sobre su pecho—. Ellas… ellas confiaron en mí cuando no tenían motivo para hacerlo. Me miraron como si fuera su