Roto .
—Vamos, Estela… ella estará bien —murmura Sam mientras me toma de la mano y me arrastra fuera, casi sin darme tiempo a reaccionar.
Acomoda la puerta sobre el marco y avanzamos por el callejón. Mis piernas se mueven, pero no porque yo lo decida; avanzo por inercia, como si mi cuerpo fuera un envoltorio vacío y mi mente siguiera suspendida en un silencio roto, en un pause interminable.
Cuando reacciono, ya estoy sentada en su sofá. Sam está a mi lado, los codos sobre las rodillas, la cabeza gacha, respirando como si el aire lo castigara.
Me giro hacia él, muy despacio, y entonces la realidad me atraviesa. Rompo en llanto.
—¿Te acostaste con ella? —pregunto sin mirarlo, con la boca apretada como un nudo.
—No, Estela… claro que no —responde de inmediato, rápido, casi con desesperación.
—Te mostraré qué pasó esa noche —le explico mientras respiro hondo y tomo su mano.
Cierro los ojos con fuerza. Las imágenes de Britanis contra la pared me golpean la mente como un largometraje fuera de cont