Stefano
Varo gruñó de nuevo en mi pecho, impaciente.
—Acércate, huelela, tócala, nos pertenece.
Retrocedí. Varo gruñó con fuerza, frustrado.
—¡Estás cometiendo un error!
Logré resistirme, ignorarlo, aulló de rabia, estaba molesto conmigo mismo por no tener control, pero es que su cuerpo era perfecto, y aunque en medio de la oscuridad, la débil luz de la luna no me permitió ver su rostro por completo, supe que era hermosa.
Varo rugió de nuevo, furioso, exigiendo que corriera hacia ella, que la tomara, que la reclamara como mía. Mi cuerpo ardía, el deseo me asfixiaba, pero un olor extraño me detuvo. No era el olor de una Omega, era algo más fuerte, algo que no pude precisar desde tan lejos.
Me obligué a regresar al campamento, mi mente me atormentaba, no podía pensar en nada más que en su cuerpo perfecto. al llegar a mi cabaña, abrí la puerta y me quedé helado. Livia estaba ahí, acostada en mi cama, desnuda, la observé por un momento, era hermosa, no podía negarlo, y siempre estaba dis