Por la mañana desperté antes que Stefano, su brazo seguía alrededor de mi cintura, aspiré su aroma, me quedé inmóvil, escuchando el ritmo constante de su respiración, suave, profunda, por un instante me permití soñar que era solo mío.
Minutos después Stefano se removió, y abrió los ojos, su mirada oscura y penetrante me atrapó al instante, después me sonrió, me atrajó hacia él y me habló al oído.
—En unos días —dijo, en voz baja, aún áspera por el sueño— reuniré a toda la manada. Quiero presentarte como mi luna.
Mi estómago dio un vuelco, el momento estaba más cerca de lo que había imaginado. No podía seguir guardando silencio, no por mucho más tiempo. Tenía que contarle la verdad, quién era yo realmente, decidí que se lo diría el día de la reunión, justo antes de que diera el anuncio a su manada.
—¿Estás seguro? —pregunté.
Me miró con esos ojos que siempre parecían atravesarme, como si pudieran ver dentro de mi alma.
—Lo estoy, no hay vuelta atrás. Eres mía, Naia, y quiero que todos