Punto de vista de Stefano
Por la mañana me desperté solo, la cama aún olía a ella, a su piel, a su deseo. El vacío que dejó a mi lado me provocó una extraña sensación en el pecho.
Me senté en la cama y me froté los ojos con fuerza. Varo, mi lobo, estaba inquieto dentro de mí, se sentía profundamente ansioso, después de todo la hora de presentar a Naia como mi luna ante mi manada estaba por llegar.
Hoy era el día, hoy todos sabrían que Naia era mía, solo mía.
Me vestí sin prisa, despacio, quería que el día se acabará rápido para estar de nuevo con ella, aunque sin saber porqué, sentía como si cargara un peso invisible sobre mis hombros. Afuera, los guerreros se preparaban para la ceremonia. Fabio pasó a mi lado y me saludó con esa sonrisa falsa que nunca me ha gustado.
—¿Todo listo para esta noche? —preguntó, con un tono que pretendía ser amable.
—Lo estará —respondí seco, sin mirarlo a los ojos.
Era mi hermano, sí, y siempre lo había sobreprotegido por eso, pero solo había logrado co