Marco estaba en el baño, tosiendo fuerte como parte de su papel de tío enfermo. Kaiser se encontraba en el carro negro, parqueado frente al edificio como un perro de guardia silencioso.
—¿Que fue eso?
—Es mi tío. Vivimos juntos. Está enfermo de los pulmones.
—Ahhh, ya veo. Debes cuidarte, amiga. El jefe es muy lindo y todo pero es letal. Pareciera como si estuviera maldito.
—Haré lo posible por no morir.
Bromea Margaret.
Gina la miró y su sonrisa burlona se suavizó.
—No sé qué pasa entre tú y él, Margaret… —dijo en voz baja, clavando sus ojos marrón avellana en los de ella—. Pero si algún día necesitas… no sé… ayuda en lo que pueda o un lugar para llorar, solo avísame. A veces las mujeres tenemos que protegernos entre nosotras, incluso si no somos amigas.
Margaret sintió que algo le apretaba el pecho. Asintió despacio, tragando saliva para no llorar.
—Gracias, Gina. Lo tendré en cuenta.
Cuando Gina se marchó, Marco salió del baño con su tos fingida y la miró con una ceja alzada.
—¿Qu