Mas de mil

Dante se recostó contra el cabecero, con el brazo herido vendado y una expresión cansada en su rostro. Margaret lo miraba desde el suelo alfombrado donde se había arrodillado al terminar de limpiarle la herida. Su mente estaba nublada por la fiebre leve que sentía, y su cuerpo, aunque dolido, aún ardía de deseo por esa omega que no salía de su mente. Esa que lo acababa de salvar.

—Ven aquí… —ordenó, pero su voz sonó más suave de lo usual.

Ella se levantó y él la tomó de la mano, guiándola a su regazo. Por primera vez, Dante no la empujó boca abajo ni la obligó a arrodillarse. Simplemente la miró, con esos ojos azul hielo iluminados por las luces tenues de la habitación.

—Quítate la ropa —susurró, acariciándole el muslo con su mano grande.

Margaret obedeció sin decir palabra. Su ropa cayó al suelo y sus pechos se liberaron del sostén. Dante gruñó suavemente, recorriéndola con la mirada como si nunca la hubiera visto antes.

—Mierda, si que eres hermosa… —murmuró, una frase que jamás cre
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