El lunes llegó con un cielo gris y pesado. Margaret se levantó temprano, preparándose con lentitud. Se miró al espejo antes de salir. Su rostro estaba pálido, sus ojeras marcadas. Aun así, se peinó con cuidado, se maquilló ligeramente y se vistió con su traje rosa y blusa blanca.
Caminaba con cuidado, sus piernas temblaban levemente por la fiebre residual de la afección en su marca.
El murmullo comenzó desde temprano. Aunque el cielo aún estaba oscuro cuando Margaret llegó a la empresa, los empleados que entraban para el turno administrativo ya cuchicheaban a su alrededor.
—Es ella, ¿verdad? La nueva asistente… —susurró una recepcionista del décimo piso, acomodándose el blazer rojo pálido mientras se colocaba brillo labial frente a su amiga.
—Sí… dicen que el sábado estuvo con el CEO en la gala y que luego… —hizo un gesto con las cejas, insinuante— …ya sabes.
—¿Cómo lo sabes?
—Gina lo dijo. Vio cuando llegaron en la limosina y el guardaespaldas la cargó porque no podía caminar bien.