La puerta de la mansión se cerró tras Dante con un golpe seco. Lo esperaba su madre, Isandra, con el rostro marcado por la preocupación y el cansancio, pero aún conservando esa autoridad serena que solo una matriarca de la familia Moretti podía tener.
A su lado, Matteo, su hermano gemelo, lo miraba desde su silla de ruedas con esos ojos grises que siempre parecían penetrar hasta el alma.
—Mira no mas, que sorpresa ¿Y bien? —preguntó Matteo con voz pausada, dejando entrever ese tono frío que tantas veces los había enfrentado—. ¿Qué pasó en el desierto que avisaste que ya vendrías y que lo dirías en persona?
Dante dejó caer la mochila al suelo y se quitó la chaqueta, tomando aire profundamente.
—Hubo un terremoto. —Su voz se endureció—. Sacudió todo. No hubo heridos, salvo... Margaret. Se había apartado para ir al baño, a unos matorrales cerca del campamento, y una roca la golpeó.
Isandra frunció el ceño, alzando una mano protectora.
—¿Está bien? ¿La llevaste al médico?
—Un pie lastimad