Amelie Mason.
Octavio entró a mi oficina con ese aire inquisitivo que siempre lo acompañaba. Apenas se sentó, empezó a interrogarme sobre mi vida durante el tiempo que estuve lejos. Yo respondí con evasivas, lo justo: un viaje por el mundo, algunos asuntos personales, nada más.
Él, en cambio, hablaba como si hubiese estado esperando ese momento desde hacía meses. Me resumió lo ocurrido en la compañía: reuniones fallidas, tensiones, un ambiente podrido por las ambiciones cruzadas. Y aunque lo escuchaba, mis ojos se desviaban con frecuencia hacia la ventana que daba justo al despacho de Damián.
El eco de aquella conversación que le oí tener con su hermana todavía me taladraba la cabeza. Parecía en contra de ellos, sí, pero no estaba segura de sí estaba realmente a mi favor. Con Damián nunca existían certezas, solo la incómoda atracción de un juego que no podía dejarse de jugar.
—Como te decía, Amelie, la compañía está en un punto de inflexión terrible —repitió Octavio, con un tono ásper