Amelie Manson
Los días posteriores fueron un calvario repetitivo. Junto a Soraya apenas lográbamos rastrear movimientos turbios dentro de la compañía, pero nada claro, nada que pudiera entregarnos una pieza sólida del rompecabezas. Quise pedirle explicaciones a Damián, encararlo de una vez, pero no tenía idea de en qué bando estaba ese imbécil. Si lo confrontaba ahora, quizás lo único que conseguiría sería ponerlo sobre aviso, y entonces, junto al cerdo de Lorenzo, serían capaces hasta de acabar con mi existencia.
No tenía una salida válida, no había un solo plan que me diera la seguridad de no terminar bajo tierra. Hasta que, saliendo de la oficina hacia la cafetería, el destino me lanzó un golpe inesperado: una conversación, a gritos, que atravesaba las paredes.
Era Rosalía. Estaba en la oficina de Damián, y los chillidos retumbaban tan fuerte que cualquiera en ese pasillo podía escucharlos.
—¡Necesito mi parte de la herencia, Damián, no tengo un maldito centavo! —vociferó, golpeand