UNA BUENA MANIPULADORA
Entré al despacho de mi padre con la rabia subiéndome por el cuello. Cerré la puerta con un golpe seco y me planté frente a él sin pedir permiso.

—Amelie resultó peor de lo que esperábamos —solté sin rodeos—. Por eso me mintió. Por eso me dijo que no estaba embarazada, para no tener que darme explicaciones.

Bartolomeo alzó la vista con esa calma irritante que siempre me ha sacado de quicio. Se quitó los lentes, los limpió con parsimonia, y se apoyó en el respaldo de su silla, respiró hondo antes de hablar.

—¿Y tú qué esperabas? —preguntó con tono neutro, como si habláramos de negocios y no de la mujer que me había clavado un puñal.

—Esperaba lealtad. Esperaba que, si iba a cumplir con el maldito plan, al menos no jugara conmigo como si no importara nada. No contaba con que se iba a acostar con otro.

Mi padre me escudriñó con esa mirada filosa que tiene cuando huele debilidad. Me odiaba a mí mismo al sentirme expuesto, pero no podía evitarlo. Estaba furioso. Herido.

—Esos hijos deberían
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