Amelie Manson.
El elevador tardó una eternidad en llegar al piso de presidencia. Cada segundo era una tortura, cada zumbido del motor parecía burlarse de mis nervios alterados. El simple hecho de imaginarme frente a Damián me arrancaba el aire del pecho, así que, incapaz de esperar más, empujé la puerta de emergencia y tomé las escaleras. Bajé los escalones de dos en dos, como si mi vida dependiera de que él no me alcanzara. No me atrevía a mirar atrás; no quería descubrir si realmente me seguía o si solo eran los fantasmas de mi mente los que me empujaban a huir.
Lo único que sabía era que no podía con la presión de verlo, no con la entrepierna húmeda y el corazón desbocado, no con el recuerdo reciente de su voz y de esa tensión insoportable que siempre existía entre los dos. Era humillante pensar que, aun después de todo, él seguía teniendo ese efecto sobre mí.
No sé en qué momento llegué al primer piso. Salí casi corriendo de Feldman, levanté la mano y el primer taxi que pasó se d