Damián Feldman
A las afueras de la comisaría estaba toda la familia de Amelie, esperándola como si aquel instante fuera una resurrección. Todos estaban listos para verla recobrar su libertad. Y cuando digo todos, incluyo al pequeño Joseph, ese niño que cargaban con tanto cuidado y orgullo, el único varón de la familia Manson.
Desde lejos podía contemplarlo, pero la ansiedad me carcomía el pecho. No había tenido oportunidad de acercarme a él, de sostenerlo, de sentirlo mío. Y el simple hecho de verlo tan cerca y, al mismo tiempo, tan inaccesible, me hacía sentir que mi corazón iba a estallar si no podía conocerlo por fin.
El tiempo se volvió eterno hasta que, por fin, Amelie salió acompañada de Soraya. Llevaba una sudadera sencilla y el cabello recogido en una coleta alta. Estaba pálida, tal vez por los estragos de no ver la luz del sol en todos esos días. Aun así, seguía siendo imponente, con esa fuerza callada que siempre había tenido.
Me quedé quieto, mirándola, conteniéndome. Quise