Amelie Manson
—No necesito que nadie me defienda, Damián. Mucho menos tú, ni siquiera tienes una posición importante en esta compañía. —Solté llena de odio, o al menos eso intenté. No estaba segura si en verdad lo odiaba, porque en ese instante, ese hombre que estaba parado frente a mí, espantando a las mil víboras que querían devorarme, todavía me hacía temblar, y mis piernas lo delataban.
—No te defiendo, solamente cumplo la última petición de mi padre. Sé que puedes sola, pero está bien. —dijo con un tono firme, aunque percibí un temblor en su voz.
El silencio fue tan pesado que casi me asfixia. Todos me miraban como si yo fuera un insecto extraño que acababa de entrar a la sala equivocada. Respiré hondo y solté un resoplido que hizo eco en la mesa de juntas.
—Solamente tengan en cuenta algo —mi voz rebotó en las paredes— He regresado. Y esta vez es para quedarme. Desde el lunes volveré a mi oficina y espero que esté lista con las instrucciones que dejaré.
Los rostros se contrajero