Damián Feldman
Mi padre apareció desde el pasillo que conducía a las habitaciones del hospital, con la cabeza gacha y el paso lento. Entonces era cierto: mis hijos ya no estaban. Tragué en seco; dolía, pero no era el lugar ni el momento para derrumbarme.
—Padre… ¿estás bien?
—Estamos jodidos, Damián. Jodidos y hundidos hasta el fondo.
—Papá, no entiendo lo que buscas. Primero me haces pensar que sientes algo por Amelie, y después descubro que solo la estabas usando… igual que a mí.
Él levantó la mirada y se encogió de hombros.
—¿Y qué si te usé? Tú también me usaste durante mucho tiempo. Ahora solo queda esperar a que tus tíos se queden con lo que construimos durante décadas. A Amelie no la van a reconocer, y yo ya no puedo recuperar las acciones.
—Eso no puede ser. Si encontramos al culpable del robo podríamos salvarla… y recuperar lo tuyo.
Mi padre resopló, aflojándose el último botón del cuello de la camisa.
—Damián, me estoy muriendo. ¿No lo entiendes? Esto no es por mí; no me vo