Damían Feldman.
—¡Damián! ¡Damián! —mi padre se apoyó en su bastón y se plantó frente a mí—. ¿Qué se te pasa por la cabeza, cabeza hueca?
Rodé los ojos, fastidiado. Amelie le había contado lo sucedido, claro.
—Sí, fue estúpido, padre. ¿Y qué?
—Quiero saber tus verdaderas intenciones con mi esposa. ¿Te acercaste a ella con qué fin? Porque no parece que sea para darme un tercer heredero.
Tragué en seco. No tenía un solo pelo de idiota, pero yo tampoco.
—Padre, te dije algo, y claro que voy a cumplirlo, pero será bajo mis condiciones y a mi tiempo. Además, quise aprovechar la oportunidad para estar con ella y darte tu hijo de inmediato, pero ella —hice comillas con los dedos— “quiso pasar por digna”.
Bartolomeo caminó hasta el escritorio y se sentó con un suspiro frustrado. Me sostuvo la mirada.
—¿Acaso no crees que pueda ser digna?
—Obviamente no. Y sigue siendo una locura eso de un tercer hijo con esa mujer. Se quedará con todo lo que te pertenece… lo que nos pertenece.
Guardó silenci