Damián Feldman
La vi salir del edificio minutos después de que la llame, con la cabeza agachada, lucia avergonzada, pero sobre todo derrotada. Se subió al auto deprisa, cerrando la puerta sin mirar atrás. No quería que nadie la viera, era lógico, los dos guardábamos el secreto.
Cuando bajó la mirada, ya no vi a la mujer que había encabezado la mesa de juntas con seguridad. Vi a una Amelie devastada, derrumbada, y aun así, intentando sostenerse en pie.
No dijo nada al principio. Solo respiró hondo. Y después se quebró.
La tomé por los hombros y la acerqué a mí sin dudarlo. Se acurrucó contra mi pecho y gimoteó con demasiada melancolía. Mis dedos recorrieron su espalda con suavidad mientras su llanto empapaba mi camisa.
—Ya, nena —susurré junto a su oído—. No hay por qué llorar. Sabías que esto podía pasar.
Ella negó con la cabeza.
—Me confié… me confié de todos, Damián. Ni siquiera sé quién está conmigo y quién no. Es que no puedo confiar en nadie.
—Te lo advertí, la familia de mi pa