Un suspiro involuntario salió de mi boca. Entreabrí mis labios y dejé que su presencia y su aroma me invadiera. Por un instante me permití ceder; sin embargo, de inmediato se apartó, privándome de él, dejándome sentir su ausencia.
Gruñó y se alejó de mí, viéndome con esa sonrisa de burla que empezaba a enervarme.
—No, no voy a follarte, primero haré que me supliques —dijo con un tono socarrón que me enfadó y aunque quise decirle que esperara sentado, lo cierto fue que solo guardé silencio, temerosa de provocar su ira y que está vez sí que me castigara de verdad—. Hoy, vas a limpiar toda la cocina… sola.
Se dio la vuelta y me dejó en aquel lugar, con el trasero ardiendo, el sexo palpitante y con un calor y una sensación de vacío que no podía describir.
Me quedé unos segundos ahí, tratando de recomponerme y apenas un par de minutos, Laika, la cocinera, se adentró y me miró compasiva. Aparté la vista, incapaz de contener la rabia que me estaba recorriendo.
—El Alfa ha dicho que no puedes