Los relámpagos comenzaron a resonar, como si supieran que me sentía temerosa. La luz se filtrópor la habitación e iluminó la figura del Alfa.Sin pensarlo me giré hacia él.Era alto, castaño, con una presencia y porte tan soberbia que llenaba el espacio con una totalidadcasi palpable.Los hombros anchos y el torso firme, los músculos hablaban de una excelente rutina de ejercicios.Sus ojos, de un ámbar profundo, mostraban pequeñas motas rojizas que brillaban en medio de lapenumbra.Esa noche, Magnus, el Alfa, no solo irradiaba una calma, sino también un enorme poder dedominio, imponente. Había una maldad que no podía describirse, pero que se veía.No era solo la fuerza física lo que imponía respeto; era la manera en que se plantaba.Sin darme cuenta, él ya estaba desnudo, al menos del torso para arriba y su pantalón estaba amedio bajar.No supe si salir corriendo, tampoco es que pudiera ganarle a él, así que solo me resigné, quizáscomo muchas se resignaron a vivir ahí.Lo vi qui
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