Sofía
El sonido de las campanas retumbó en mis tímpanos con tanta fuerza que creí que Dios había decidido castigarme por todos mis pecados juntos.
Abrí los ojos con dificultad, parpadeando mientras miraba el techo de madera oscura de la pequeña celda que me habían asignado. Estaba tan fría como mi corazón cada vez que recordaba a Leonardo.
—Cinco de la mañana… —murmuré, con voz ronca de ultratumba—. Bueno… creo que el Congo hubiera sido buena idea… no, no… malísima idea… serpientes, calor, malaria… pero… ¿por qué mi padre tiene que ser tan exigente? —bufé, rodando los ojos mientras me incorporaba lentamente.
Me sentía como un zombie salido de The Walking Dead. Cada paso que daba hasta el pequeño ropero era como si mis piernas pesaran una tonelada. Me puse la bata, agarré mi ropa interior limpia y mi uniforme, y salí arrastrando los pies hacia el baño.
Caminé por el pasillo iluminado tenuemente por la luz del amanecer. El frío de las baldosas se colaba por mis pantuflas y me estremecí