Fernando
Nunca pensé que el mar fuera tan azul aquí. Ni que el viento tuviera ese olor a sal mezclado con coco y arena caliente. Pero lo que más me sorprendía no era el paisaje, sino ella, caminando a mi lado, con sus zapatos en la mano y su velo ondeando con el viento. Sofía reía bajito mientras el agua le mojaba los tobillos y salpicaba su falda blanca, pegándosela a las piernas. Tuve que apartar la mirada antes de que mis pensamientos se tornaran demasiado oscuros para un seminarista.
Nos habíamos quedado sin gasolina justo frente a la playa, y aunque en cualquier otra situación estaría molesto por la imprudencia, esta vez no podía sentir más que una especie de calma extraña. Caminar junto a ella era como… respirar después de estar bajo el agua por demasiado tiempo.
—No puedo creerlo… —dijo de pronto, rompiendo el silencio y haciendo que la mirara. Tenía arena pegada en la punta de la nariz y el cabello un poco revuelto—. Estoy en la playa, descalza… ¡y contigo!
Sentí que mis entr