Sofia
Entré a la biblioteca intentando que mis pasos no temblaran, aunque sentía el corazón palpitándome en la garganta. No solo estaba mi padre, sentado en su enorme escritorio de roble, con ese traje gris y su mirada dura como el mármol. No. También estaba Leonardo, el hombre que supuestamente sería mi prometido, y… mi hermano mayor, Salvador.
Respiré profundo y forcé una pequeña sonrisa al ver a mi hermano
—Padre… —lo saludé con un leve gesto de cabeza.
Mis ojos se posaron en Leonardo y, sin poder evitarlo, dejé salir un amargo suspiro de desagrado. Qué asco me daba este hombre.
Pero antes de que pudiera decir algo, Leonardo abrió los brazos con su enorme sonrisa de siempre y corrió hacia mí. Sin importarle nada, me alzó del suelo como si fuera una pluma y me abrazó fuerte.
—¡Pero mírenla! ¡A la inquieta de mi hermana menor! —dijo riendo mientras besaba mi frente y revolvía mi cabello—. Ahora resulta que la tendremos de monja… ¿Qué vamos a hacer contigo, Sofi?
—¡Salvador! —protest