Sofia
Jamás pensé que iría a visitar a mi padre junto con el padre Fernando… y mucho menos que terminaría con un invitado extra. Nos despedimos de la familia de Fernando con abrazos y palabras amables.
Su mamá me abrazó tan fuerte que casi me deja sin aire, y Eva… bueno, Eva no paraba de hablarme de cosas que no entendía. Me caía bien, pero su energía era demasiada para mí.
Subimos a la camioneta destartalada. Cuando la puerta se cerró con un chillido agudo y oxidado, pensé que se me iban a caer los tímpanos. Miré al padre Fernando, que parecía tranquilo mientras revisaba el retrovisor. Me sujeté fuerte del cinturón, preparada para otro viaje eterno en esa carcacha.
—Bueno… creo que… —dije, pero no terminé, porque justo en ese momento, frente a nosotros apareció Eva con una maleta más grande que yo.
Parpadeé varias veces, intentando procesar la escena. Llevaba gafas de sol enormes, un sombrero blanco de playa, un bolso pequeño colgado y empujaba su maleta color rosado.
—¿Pero qué…? —