Sean entró al Jaguar con el rostro tenso. Cerró la puerta con fuerza contenida y, en cuanto quedó dentro, golpeó el volante con la palma abierta. No por rabia. Por frustración.
Luego se inclinó hacia el volante, se cubrió el rostro con las manos, y se quedó quieto.
Contando segundos que no resolvían nada.
Tomó el teléfono y marcó.
—¿Sí? —respondió Luca al segundo tono.
—Luca, discutí con la señora Castelli. No quiso regresar conmigo… se fue caminando. —Su tono era bajo, no por vergüenza, sino por agotamiento—. Averigüe dónde está y por favor llévela a Sell.
No quiero presionarla más. Solo asegúrese que esté bien.
—Entendido, señor. Me encargo.
Sean colgó y dejó caer el móvil en el asiento del copiloto.
Se quedó mirando el parabrisas como si fuera un reflejo incómodo.
Y murmuró, sin pensar:
—¿Cómo carajo voy a arreglar esto?
***
No muy lejos del restaurante, Julie había encontrado una banca solitaria en **Campden Hill Square**, justo al borde de un pequeño