Sean cruzó el umbral de la casa con el peso de demasiadas versiones encima.
No había luz encendida, solo la penumbra que parecía darle forma al silencio.
Julie estaba de pie en la sala, frente a él, firme pero sin coraza.
—¿Saliste a beber con Savannah? —preguntó, sin dulzura ni volumen alto.
Como si la pregunta viniera cargada, pero no pedía permiso.
Sean se detuvo.
—Sí. Pero no fue como piensas.
—¿Y cómo pienso que fue? —Julie avanzó un paso—. ¿Como una charla entre viejos amigos que ahora tienen licencia para tocarse?
Sean apretó la mandíbula.
—Savannah se acercó. Se ofreció a acompañarme. Eso es todo.
—¿Todo? ¿De verdad vas a resumir a “eso es todo” lo que yo vi desde Sell?
La mano sobre tu hombro.
La cercanía.
Tú no hiciste nada para detenerlo.
Sean se acercó, con el gesto tenso.
—Porque no sabía cómo reaccionar.
Porque cuando tú te alejaste en el restaurante, no supe si podía seguirte.
—Pero sí supiste quedarte con alguien más.
El golpe