-Sean, llévame a la suite. Ahora mismo.
La voz de Julie era baja, temblorosa por una necesidad que la sorprendió incluso a ella. Sus dedos agarraron su muñeca con fuerza, clavándose las uñas en su piel lo justo para hacerlo detenerse.
Sean arqueó una ceja; su habitual calma flaqueó por un instante.
—Ricitos, ¿Estas segura?
Su voz era cautelosa, pero había un destello de curiosidad en sus ojos.
Ella podía verlo: la forma en que su mirada se detenía en sus mejillas sonrojadas, el rápido subir y bajar de su pecho.
No respondió. No hacía falta. La tensión entre ellos llevaba semanas latente, desde que habían entrado en este matrimonio de conveniencia. Casi dos meses de miradas compartidas, caricias fugaces y deseos no expresados. Casi dos meses de él aguantando, de ella fingiendo que no le importaba. Pero esta noche, algo había cambiado. El afrodisíaco que había tomado antes corría por sus venas como un reguero de pólvora, y no podía contenerse.
-"Fidati di me",- susurró ella