Habían pasado poco más de tres meses desde que Sean estuvo en Londres, aquella escala que se convirtió en noche compartida, palabras susurradas, y ducha entre confesiones.
Desde entonces, su agenda había sido una travesía constante entre Byron Bay, Nueva York y Melbourne.
Pero aun con kilómetros de por medio, procuró a Julie con precisión emocional.
Mensajes en las madrugadas, llamadas que siempre empezaban con “¿cómo están hoy?”, sorpresas enviadas por Luca que no aparecían en los itinerarios.
Ni un solo día pasó sin que ella sintiera que él no estaba lejos.
Aunque físicamente lo estuviera.
Margot, mientras tanto, no desistía.
Disfrazaba interés en los planos del hotel con elogios innecesarios.
Proponía reuniones fuera del horario, visitas de campo con itinerarios extendidos, correos que empezaban con “solo tú puedes entender lo que quiero lograr”.
Pero Sean nunca cayó.
Lo que él quería lograr no estaba en sus correos.
Estaba en la fecha marcada para la