Capítulo 04

Esto era algo que Sean había deseado toda su vida. Algo que había intentado imitar, conquistar, incluso comprar… pero que en Julie era innato. Por mucho que se codeara con personas influyentes o acumulara éxitos en los negocios, jamás podría adquirir lo que ella tenía de sobra: clase, presencia, esa elegancia que no se aprende, se nace con ella.

—¿Qué pasa con esa proposición de negocios? —preguntó, girándose hacia ella con la carpeta aún en la mano.

Se sorprendió al ver un destello de vulnerabilidad en los ojos de Julie. No era la mujer de hielo que intentaba aparentar.

—Está todo ahí —respondió ella, señalando la carpeta con un leve movimiento de cabeza.

Sean la sopesó con una mano y la golpeó con la palma de la otra, como si quisiera provocarla.

—¿Vas a leerla o solo vas a jugar con ella? —espetó Julie, con ese tono firme que él recordaba tan bien.

Sean sonrió, encantado.

—Me alegra ver que sigues teniendo ese genio tan vivo… a pesar de tu aspecto tan elegante.

La recorrió con la mirada, sin disimulo. El cabello, ahora más castaño que negro, le caía hasta los hombros. Su cuerpo, antes esbelto y juvenil, ahora tenía curvas definidas, seguras. Diez años atrás había sido una chica bonita. Ahora era una mujer impresionante.

Julie lo notó, y con un estudiado golpe de melena, le sostuvo la mirada con una sonrisa altiva.

—En realidad, tú eres el único que me hace sacarlo. Ahora, ¿nos centramos en los negocios?

Sean alzó una ceja y se señaló el torso desnudo con la carpeta.

—No hago negocios así. ¿Dónde te estás alojando?

Julie se sonrojó. Y aunque intentó disimularlo, su mirada se detuvo unos segundos más de lo debido en su pecho.

—En el Phant-A-Sea de Noosa. Pero no es necesario que vayas hasta allí solo para reunirte conmigo. Podemos…

—Después de terminar aquí, iba a ir a la ciudad de todos modos —la interrumpió—. ¿Por qué no quedamos sobre las cinco? Podremos hablar del tema tomando una copa.

—Eso no es necesario…

—Lo es —insistió él, con una sonrisa ladeada—. Dame un poco de tiempo para asearme y echarle un vistazo a tu propuesta. Luego podemos hablar de ella… con un Shirley Temple.

Julie apretó los labios. El maldito cóctel. Su favorito desde siempre.

—No estamos recordando el pasado. Se trata de hacer negocios.

—Eso es lo que tú no haces más que repetir —susurró él, bajando la mirada a sus labios.

Julie soltó una carcajada inesperada.

—No has cambiado. Sigues siendo un seductor.

Sean la miró con intensidad.

—Te equivocas. He cambiado mucho. Y esta noche… lo vas a notar.

Se apoyó en el capó del coche, cruzando los tobillos con aire relajado.

—¿Y está funcionando?

—No. Ahora soy completamente inmune a los encantos de los rebeldes.

—¡Qué pena! —exclamó él, sin dejar de recorrerla con la mirada—. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte en la ciudad?

—El tiempo que haga falta.

Julie volvió a adoptar su actitud fría, refugiándose en la profesionalidad que la había llevado tan lejos. Sean lo notó. Y no la culpaba.

Desvió la mirada hacia los campos de caña de azúcar que se extendían más allá de la casa. Ese lugar era parte de él, tanto como su apellido italiano. Se preguntó qué pensaría Julie cuando descubriera en qué se había convertido realmente su negocio.

¿Se impresionaría? Tal vez. Pero si algo sabía de ella, era que nunca le importaron sus orígenes. Antes de ser pareja, habían sido amigos. Viajaban en el mismo autobús, aunque ella asistía a un colegio privado y él a un instituto público. Al principio, ella fingía no verlo. Así que él se las arreglaba para llamar su atención con bromas, comentarios sobre sus trenzas o lo limpios que llevaba los zapatos.

El día que estrelló su bicicleta contra la de ella y ella explotó, supo que había ganado su atención. Desde entonces, fueron inseparables.

Julie nunca se preocupó por las diferencias sociales. Pero otros sí. Sean recordaba los murmullos, los comentarios venenosos: que ella solo se estaba divirtiendo con él antes de casarse con alguien “adecuado”. Y él… él dejó que esas voces envenenaran lo que tenían.

Pero jamás la olvidó.

Ese beso impulsivo había sido una estupidez. Él ya no era ese chico que actuaba por instinto. Ahora tomaba decisiones calculadas, medidas, ejecutadas con precisión. Por eso estaba donde estaba.

Se apartó del coche y golpeó suavemente la carrocería.

—Es mejor que te vayas. Así podré terminar por aquí antes de ir a reunirme contigo.

—Está bien —respondió Julie, con un leve asentimiento.

Sean abrió la puerta del coche para ella. La observó mientras se ponía el cinturón, y por un instante, sintió que revivía una escena del pasado. El impulso fue más fuerte que su autocontrol.

Se inclinó por la ventanilla abierta.

—Jules…

—¿Sí?

Sean sonrió y le pellizcó la nariz, como solía hacer cuando eran adolescentes.

—Besas mejor de lo que recordaba.

Julie abrió la boca, indignada, pero él ya se había apartado, caminando hacia la casa con una sonrisa satisfecha.

Y ella… se quedó con el corazón latiendo demasiado rápido para su gusto.

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