Capítulo 5

Julie se llevó las manos a las mejillas, aún ruborizadas, mientras veía a Sean alejarse hacia la casa. Ese hombre era el mismísimo diablo. En menos de diez minutos, había conseguido desequilibrarla, sacarla de sus casillas y hacer tambalear la seguridad que tanto le había costado construir.

Y en cuanto al beso…

Se dejó caer sobre el volante y se golpeó la frente suavemente.

—¿En qué estabas pensando, Julie? —murmuró.

No solo le había permitido besarla. Había respondido. Con hambre. Con ansias. Como si llevara años esperando ese momento.

Y, siendo sincera consigo misma… probablemente era cierto. Hacía mucho que no salía con nadie. Su vida giraba en torno a una sola meta: convertirse en directora gerente de Sell. Había sacrificado relaciones, fines de semana, incluso su salud emocional por esa meta. Pero nada de eso justificaba la forma en que su cuerpo se había rendido al contacto de Sean Castelli.

—Menuda Princesa de Hielo estoy hecha —musitó con ironía, arrancando el vehículo y tomando la autopista.

En cierto modo, agradecía que él hubiera sugerido reunirse en su hotel. El bar del Phant-A-Sea era elegante, moderno, impersonal. Allí podría recuperar el control. No como en la plantación, donde cada rincón parecía susurrarle recuerdos.

Mientras conducía, sus pensamientos se nublaron. Los campos, el aire cálido, el olor a caña… todo la transportaba a una época en la que creía que el amor bastaba. Parpadeó, sintiendo cómo una lágrima amenazaba con escapar. No. No ahora. No cuando estaba tan cerca de lograr lo que había venido a hacer.

—Concéntrate, Julie. Esto es por tu futuro —se dijo en voz baja.

Cuando llegaran las cinco, Sean tendría que ver a la mujer que era ahora. No a la adolescente enamorada que dejó atrás. Él debía entender que estaba tratando con una profesional, no con una chica de corazón roto.

Ya en el hotel, se acomodó en una de las mesas del bar, con vista al mar. El lugar era sofisticado, con luces tenues y música suave de fondo. Julie dio un sorbo a su zumo de caña de azúcar y respiró hondo. Había estado en hoteles más lujosos, pero este tenía algo especial. Algo que la hacía sentir… en paz.

Aunque, claro, no estaba allí por placer.

Necesitaba cerrar ese trato con Sean. No solo por su carrera, sino por algo más profundo: por la seguridad de poder enfrentar a su padre con la cabeza en alto.

Llevaban diez años sin hablarse. Diez años de silencio, de orgullo, de heridas abiertas. Pero él seguía allí, en una residencia exclusiva para la tercera edad. Y ella… ella no pensaba regresar a esta ciudad sin despedirse de verdad. Esta vez, necesitaba cerrar ese capítulo.

Su padre siempre había sido dominante. Controlador. Cuando cumplió dieciocho, su necesidad de manejar cada aspecto de su vida se volvió insoportable. Por eso huyó. Por eso se fue sin mirar atrás. Pero no había pasado un solo día sin preguntarse cómo habría sido su vida si se hubiera quedado.

—¿Me habría casado con Sean? —susurró, más para sí que para nadie.

¿Habrían tenido hijos? ¿Una casa en la plantación? ¿Una vida sencilla, pero feliz?

Sacudió la cabeza. No tenía sentido pensar en eso ahora. El pasado no se podía cambiar.

Justo entonces, lo vio entrar.

Sean Castelli, el hombre de negocios. Traje de raya diplomática perfectamente entallado, camisa blanca impecable, corbata color amatista. Imponente. Irresistible.

Julie se quedó helada al verlo acercarse con una sonrisa en los labios.

—Espero que no lleves mucho tiempo esperando —dijo él, inclinándose para besarla en la mejilla.

El contacto fue breve, pero el aroma de su fragancia la envolvió por completo. Y con él, los recuerdos. Abrazados bajo un árbol. Tumbados junto al río. Mordisqueándole el cuello mientras hacían el amor…

Tragó saliva. El perfume era tan evocador que por un momento olvidó lo que él le había preguntado.

Sean se sentó frente a ella, con naturalidad. Julie se echó hacia atrás, evitando que sus rodillas se tocaran. No quería volver a perder el control.

—¿Qué te parece el hotel? —preguntó él, acomodándose.

—Es maravilloso —respondió, tomando otro sorbo de su zumo—. Hace diez años no había visto nada ni remotamente parecido.

Sean sonrió con orgullo.

—Phant-A-Sea fue construido hace cinco años. El negocio está floreciendo.

—No me sorprende. He viajado por todo el mundo en los últimos seis años, pero jamás me había alojado en un lugar como este.

—Me alegra que te guste.

—Bueno… ¿has tenido tiempo de echarle un vistazo a mi propuesta?

Sean negó con la cabeza y alzó una mano. Un camarero se acercó de inmediato, como si lo hubiera llamado una celebridad.

—Un whisky doble, sin hielo —pidió Sean, y luego miró a Julie—. ¿Otro Shirley Temple?

—Sí, gracias —respondió ella, sin poder evitar una sonrisa.

—No he leído tu propuesta aún —dijo él, volviendo a mirarla—. Quería hacerlo con calma. Y contigo delante.

—¿Para qué? ¿Para ver mi reacción si decides rechazarla?

—Para ver si estás tan convencida como pareces.

Julie entrelazó los dedos sobre la mesa.

—Estoy convencida. Es una propuesta sólida. Beneficiosa para ambos.

—¿Y qué pasa si no me interesa?

—Entonces habré perdido mi tiempo —dijo ella con frialdad—. Pero no vine hasta aquí para jugar.

Sean la observó en silencio, como si intentara leer más allá de sus palabras.

—No. Tú no viniste a jugar. Pero tampoco viniste solo por negocios.

Julie lo miró fijamente.

—No mezcles las cosas, Sean.

—¿Y si ya están mezcladas?

El camarero interrumpió justo a tiempo, dejando las bebidas sobre la mesa. Julie tomó la suya con ambas manos, como si necesitara algo a lo que aferrarse.

—Entonces será mejor que empecemos a separar —dijo ella, con voz firme.

Sean alzó su vaso.

—Por los negocios, entonces.

Julie chocó su copa con la de él.

—Por los negocios.

Pero ambos sabían que esa noche, lo que estaba en juego era mucho más que un simple contrato.

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