—Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar. ¿Por qué no vamos dentro para que te puedas poner algo de ropa y podamos hacer negocios? —añadió Julie, intentando mantener la compostura.
Sean arqueó una ceja, divertido. —¿Estás segura de que quieres que me vista? —Sean, no… —¿No qué? ¿Me estás pidiendo que no recuerde el pasado? ¿Que no admire a la hermosa mujer en la que te has convertido? El fuego en sus ojos la abrasaba. Julie sintió que el aire se volvía más denso, más difícil de respirar. —¿O que no haga algo tan alocado como esto? Antes de que pudiera reaccionar, Sean la tomó entre sus brazos y la besó. No había nada de tierno en ese beso. Fue una embestida de deseo, una fusión de labios y lenguas que la dejó sin aliento. Los besos que compartieron en la adolescencia eran dulces, torpes. Este era otra cosa. Este era un hombre reclamando lo que una vez fue suyo. Julie debería haberlo apartado. Debería haber fingido que no significaba nada. Pero en lugar de eso, se encontró de puntillas, rodeándole el cuello con los brazos, aferrándose a él como si el tiempo no hubiera pasado. Cuando Sean suavizó el beso, dominándola con una precisión que no tenía cuando era un muchacho, ella supo que estaba perdida. Igual que diez años atrás, cuando se había enamorado de él sin remedio. Lo había idolatrado durante toda su adolescencia. Y él… él no la había notado hasta que cumplió dieciocho. Fue entonces cuando se atrevió a hablarle, y para su sorpresa, el chico malo de Jacarandas también se sintió atraído por ella. Salieron seis meses. Seis meses intensos, hermosos… hasta que todo se vino abajo. Julie nunca le contó la verdad. Nunca le habló de la humillación que vivió en casa. Quería que Sean la eligiera por amor, no por compasión. Por eso le pidió que se fuera con ella. Por eso se rompió cuando él la rechazó. Y ahora… ahora estaba besándolo como si nada de eso hubiera pasado. —Esto no debería estar pasando —susurró ella, apenas separando sus labios de los de él. —Pero está pasando —respondió Sean, con la voz ronca. Julie bajó la mirada, luchando por recuperar el control. —No vine aquí para esto. —¿Y qué viniste a buscar, Julie? ¿Un trato? ¿Una firma? ¿O una excusa para volver a verme? Ella lo miró con rabia contenida. —No te creas tan importante. —No necesito creerlo. Lo veo en tus ojos. Julie lo empujó suavemente, creando espacio entre ellos. —No confundas nostalgia con deseo. Lo que tuvimos… fue hace una vida. —¿Y aún así me besaste como si no hubieras olvidado ni un segundo? —¡Fuiste tú quien me besó! —Y tú no te resististe. El silencio cayó entre ellos como una tormenta contenida. Julie respiró hondo, tratando de calmar el temblor en sus manos. —No esperes que me arrepienta de eso —dijo Sean, pasándose una mano por el cabello oscuro y ondulado. —Hace mucho tiempo que he dejado de esperar nada de ti —respondió ella, con una frialdad que apenas logró sostener. Sean murmuró una maldición y se dio la vuelta, alejándose unos pasos, como si necesitara espacio para no volver a besarla. Tenerla entre sus brazos había sido más que agradable. Había sido devastador. Más de lo que recordaba. Y tenía buenos recuerdos de Julie Jones. Ella había sido la elegida. La única. Y la dejó ir. No por elección. No realmente. Pero eso no cambiaba el hecho de que había pasado una década recordando a la fierecilla de cabello rizado que le robó el corazón sin siquiera intentarlo. Y ahora estaba allí. Más increíble que nunca. Julie Jones no solo era hermosa. Era elegante, segura, poderosa. Pero lo que siempre lo había atraído de ella no era solo su físico. Era su esencia. Su clase. Su fuego. Sean se giró lentamente, con la mirada aún encendida. —Vamos dentro —dijo, con voz más controlada—. Prometo comportarme… por ahora. Julie lo miró con desconfianza, pero asintió. —Eso espero. Porque si vuelves a besarme sin permiso, esta vez no responderé igual. —¿Eso es una amenaza? —Es una advertencia. Sean sonrió, encantado. —Siempre te gustó jugar con fuego, Jules. —Y tú siempre fuiste el incendio. Ambos se miraron por un segundo más, sabiendo que la conversación que venía no sería fácil. Pero también sabiendo que, por primera vez en años, estaban en el mismo lugar… y nada volvería a ser igual.