Capitulo 06

Al ordenar la comida, el camarero se acercó con familiaridad.

—¿Lo de siempre, señor Castelli?

—Sí, gracias, Kyoshi —respondió Sean sin siquiera mirar la placa con su nombre.

Julie lo observó con el ceño fruncido. ¿“Lo de siempre”? ¿Desde cuándo Sean frecuentaba ese hotel? La ciudad de Noosa estaba a más de una hora y media de la plantación, y él nunca había sido del tipo que se sentaba en bares de lujo. ¿O sí? Diez años eran mucho tiempo. ¿Qué sabía ella de quién era Sean ahora?

—¿Te gusta? —preguntó él, señalando su traje.

Julie lo miró de arriba abajo. Traje de raya diplomática, camisa blanca impecable, corbata amatista. Imponente. Irresistible.

—Jamás te había visto con un traje —dijo, sin poder ocultar su sorpresa.

Los ojos de Sean brillaron con una satisfacción que ella no comprendió del todo.

—Los tiempos cambian.

—Así es —asintió ella, recomponiéndose—. Hablemos de negocios.

—Tengo que decir que estoy muy intrigado. Este asunto debe de ser muy especial para conseguir que vuelvas aquí desde Londres.

¿Especial? ¿Cómo explicarle lo que ese ascenso significaba para ella? Las horas, los sacrificios, la necesidad de demostrar que era independiente. Sean no lo entendería.

—Te contaré la versión abreviada —dijo, inclinándose hacia adelante.

—Adelante. Estoy todo oídos.

—Trabajo para Sell. Es la agencia publicitaria más importante de Londres. Estamos haciendo una campaña global para la industria azucarera, impulsada por los grandes productores de Estados Unidos.

Sean alzó una ceja, interesado.

—Seré directa —continuó Julie—. Si consigo este trato, seré la nueva directora gerente. Y para lograrlo, necesito acceso exclusivo a tu plantación. Filmaciones, historia, imagen. Todo está detallado en la propuesta.

—Menudo título —dijo él, tomando un trago de su cerveza—. ¿Y yo qué gano?

—Una suma considerable. Está todo en la carpeta. Horas de rodaje, compensación, logística…

Sean asintió lentamente.

—Todo parece muy factible. El único problema es que estoy a punto de vender la plantación.

Julie se quedó helada.

—¿Venderla? ¿Y dónde vas a vivir y a trabajar?

La sonrisa condescendiente que él esbozó le provocó un escalofrío.

—Sigues viéndome como un paleto, ¿verdad?

—Por supuesto que no —replicó ella, sonrojándose—. Solo me sorprende. La plantación lleva generaciones en tu familia.

Sean señaló a su alrededor.

—Porque mi casa está aquí ahora.

—¿Esta es tu casa? —preguntó ella, incrédula.

—¿Tan difícil resulta de creer?

—Simplemente… no va contigo.

—Pues ahora sí —dijo él, con voz tensa—. No des por sentado que me conoces solo porque tuvimos un tonteo adolescente hace diez años.

Las palabras la golpearon como un puñetazo.

—Fue mucho más que eso y lo sabes.

—Sea como sea, es irrelevante —replicó él, mirando su reloj—. Tengo que dar por finalizada esta reunión. Tengo una entrevista.

—¿Quieres trabajar aquí?

—Ya trabajo aquí —dijo, encogiéndose de hombros.

—¿Cómo dices?

—En realidad… técnicamente, no es del todo cierto.

—No entiendo.

Sean se levantó y le hizo un gesto a alguien al fondo del bar.

—No es que trabaje aquí. Soy el dueño de este hotel.

Julie se quedó sin palabras. Literalmente. Mientras él se alejaba, convencido y elegante, ella sintió que la mandíbula le caía al suelo.

Mientras tanto...

Desde la ventana de su despacho en la quinta planta del Phant-A-Sea, Sean observaba la playa de Noosa. La vista que tanto le había fascinado cuando construyó el hotel. El mar se extendía hasta el horizonte, y a la derecha, el parque natural parecía una pintura viva.

Pero ese día, no veía nada.

No veía el agua, ni el cielo, ni la perfección arquitectónica que había diseñado con tanto esmero.

Solo pensaba en Julie.

En su expresión cuando le dijo que era el dueño. En la mezcla de sorpresa, incredulidad… y algo más. Algo que no supo identificar. ¿Orgullo? ¿Dolor?

Se pasó una mano por el cabello, frustrado.

Había querido impresionarla. Mostrarle que ya no era el chico de la plantación. Que había construido algo por sí mismo. Pero en lugar de eso, había terminado sonando arrogante. Defensivo.

Y lo peor era que aún la deseaba. Más que nunca.

Se giró hacia su escritorio, donde la carpeta de Julie seguía abierta. Las cifras eran sólidas. La propuesta, impecable. Pero lo que lo inquietaba no era el negocio. Era ella. Su presencia removía todo lo que había enterrado durante años.

Julie Jones había vuelto. Y con ella, todo lo que él creía haber superado.

Y esta vez… no estaba seguro de querer resistirse.

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