Aquel día, lo único que Sean era capaz de ver, tanto con los ojos abiertos como cerrados, eran los brillantes ojos azules de Julie mirándolo con asombro cuando le dio la noticia. Había esperado sentirse poderoso, satisfecho, incluso un poco vengativo. Pero no fue así.
No sintió orgullo. Ni superioridad. Solo un vacío incómodo que no supo cómo llenar.
Se suponía que debía ser un momento de triunfo. Mostrarle a Julie que ya no era el muchacho de la plantación, que había construido un imperio con sus propias manos. Pero en lugar de eso, se sintió expuesto. Vulnerable. Como si, con una sola mirada, ella pudiera ver más allá del traje, del éxito, del hotel… y encontrar al mismo chico que una vez la amó sin condiciones.
—¿A qué clase de juego estás jugando, Castelli? —murmuró para sí mismo, frotándose las sienes.
No tenía tiempo para distracciones. Estaba a punto de abrir el quinto hotel Phant-A-Sea en Pink Sand Beach, en las Bahamas. Tenía reuniones con arquitectos, inversores, proveedores