El beso entre Julie y Sean seguía encendido, sus cuerpos aún entrelazados junto a la puerta entreabierta. La habitación estaba bañada por una luz tenue, y el silencio solo era roto por sus respiraciones entrecortadas.
Pero afuera…
alguien se acercaba.
Catalina caminaba por el pasillo, aún con el vestido rojo ajustado y la mirada afilada. Al pasar frente a la suite matrimonial, notó la puerta entreabierta.
Se detuvo.
Escuchó.
Y sin pensarlo, empujó la puerta para entrar.
—¿Julie? —dijo con voz fingidamente dulce.
Pero antes de que pudiera cruzar el umbral, una mano firme la detuvo.
—No —dijo Emily, colocándose frente a ella—. No vas a entrar ahí.
Catalina frunció el ceño.
—¿Y tú quién eres para impedirlo?
—Soy quien sabe lo que estás haciendo. Y créeme, no vas a interrumpirlos.
Dentro de la habitación, Sean y Julie se separaron al escuchar las voces.
Julie se llevó la mano al pecho, aún agitada.
Sean se giró hacia la puerta.
—La ropa —susurró Julie