La mañana en Berlín despertó con cielo nublado, viento tibio y una ciudad expectante.
En una habitación del Kranzler Palais, Julie abría lentamente el armario mientras Emily se sentaba sobre la cama, tomando café desde una taza de porcelana fina.
—Tienes menos de doce horas para decidir qué cara vas a mostrar esta noche —dijo Emily—. ¿La de diplomática editorial o la de mujer con un corazón hecho pedazos?
Julie sostuvo dos vestidos frente al cuerpo.
Uno rojo intenso, otro negro satinado, elegante pero sobrio.
—¿Y si no quiero mostrar ninguna?
—Entonces escoge uno que le recuerde a él lo que dejó atrás.
Julie rió con una mezcla de nervios y resignación.
—Te juro que no vine aquí para provocar a nadie.
—No provocas.
Respiras… y eso basta.
Julie dejó el vestido rojo sobre el respaldo de una silla.
Optó por el negro.
Tirantes delgados, espalda descubierta, cierre hasta la cintura.
Un perfume ambarino, discreto, y tacones bajos.
No era desafío.
Era co