El Gulfstream brillaba bajo la luz del hangar. El personal de vuelo revisaba los últimos protocolos mientras Sean se apoyaba en el ala, con las manos en los bolsillos del abrigo gris.
Luca se acercó con una carpeta bajo el brazo, mirando el jet como quien observa algo más que acero y motores.
—Cada vez se ve más poderoso —comentó—. Como usted. Va donde le place… y todos lo anuncian.
Sean apenas sonrió.
—El jet sí. Yo no tanto.
Luca sacó su teléfono y buscó algo.
—Sabía que me estaba olvidando de algo.
Su cumpleaños.
En tres días.
Cada año organizamos algo en aquel bar en Melbourne… pero esta vez no estaremos ahí.
Sean lo miró con calma.
—No necesitas organizar nada, Luca.
Este año ya está bastante cargado.
Luca insistió, con tono más cercano.
—Podríamos moverlo a Berlín. Ya hay varios colegas suyos en la ciudad por la firma europea. Y quien sabe… quizás sería un buen momento para enviar una invitación que aún no se ha escrito.
Sean frunció el ceño, pe