CAPÍTULO 52. El peso de un secreto.
Luciana camina de un lado a otro, los tacones resonando contra el piso, mientras se agarra la cabeza y murmura sin cesar:
—No… no puede ser posible… —su voz tiembla—. ¿Cómo se atrevió Alejandro a decirlo antes de tiempo? ¡Era demasiado pronto! Esto no debía pasar así.
Golpea la mesa con la palma de la mano, haciendo que algunos objetos caigan al suelo.
—¡No, no, no! Esto arruina todo… todo lo que planifiqué… —respira agitadamente—. ¡Todo está a punto de venirse abajo!
Se detiene frente al espejo, sus ojos desorbitados, y se observa a sí misma con rabia y miedo.
—Respira, Luciana… respira —susurra, con un hilo de voz—. Nadie puede saber que estoy alterada… Nadie puede descubrirlo…
Sus manos tiemblan, y sin darse cuenta tropieza con una silla, que cae ruidosamente. La adrenalina recorre su cuerpo y grita, liberando parte de la tensión:
—¡Esto no puede pasar! ¡No ahora! ¡No de esta manera!
Se aferra al borde de una mesa, tratando de calmar su respiración, mientras sus ojos buscan alguna