CAPÍTULO 35. Un despertar inesperado.
Alejandro abre los ojos lentamente, la luz blanca del techo le incomoda. Parpadea varias veces, tratando de enfocar la habitación que lo rodea.
Está solo. La habitación es fría, con paredes blancas y un gran ventanal que deja entrar la luz del sol. No hay rastro de nadie más.
Toma aire, y con esfuerzo mueve la mano para tocar el timbre junto a su cama. El sonido es suave pero claro.
Después de unos segundos, una enfermera entra rápidamente, con rostro amable pero algo apurada.
—Señor Ferraro. ¿Cómo se siente?
—¿Dónde está mi esposa? —pregunta con voz ronca y débil—. ¿Está aquí?
La enfermera lo mira con calma, tratando de no alterarlo.
—Disculpe, acabo de iniciar mi turno. No he visto a nadie…
La noticia lo enfurece, y trata de inocrporarse.
—¡Quiero mi teléfono! —exige, la voz subiendo—. Necesito comunicarme con ella.
La enfermera da un paso adelante con tranquilidad, intentando calmarlo.
—Por favor, señor, relájese. Estoy aquí para ayudarlo.
Pero apenas Alejandro inclina el torso,