CAPÍTULO 34. Un susurro que no quiere oír.
Valentina se deja caer en el asiento de la sala de espera, sintiendo que por primera vez en horas sus piernas pueden sostenerla sin temblar. El reporte del médico alivia un poco el nudo que le oprime el pecho, pero no lo suficiente para disipar la inquietud.
Apoya la cabeza contra la pared fría y cierra los ojos. La respiración se le vuelve más lenta, aunque la imagen regresa una y otra vez: Alejandro tendido en el suelo, la camisa empapada de sangre, la piel tan pálida que parece de cera.
—¿Qué me pasa? —piensa, sintiendo un cosquilleo extraño en el estómago—. No debería importarme… no así… y, sin embargo…
La garganta se le aprieta. No quiere admitirlo ni siquiera en silencio, pero la idea de que él pueda morir le eriza la piel. Es absurdo. Él la ha herido, ha hecho tantas cosas para que lo odie… y aun así, esta noche, al verlo caer, no hay espacio para el rencor. Solo miedo.
—No quiero que le pase nada… no quiero que… —el pensamiento se quiebra antes de completarse, como si su propi