La luz de la mañana se filtra a través de las cortinas, bañando la habitación con un resplandor tenue. Valentina se despierta, desorientada, siente una ligera presión en su cabeza y la piel aún cálida por lo vivido la noche anterior. Al abrir los ojos, la primera imagen que ve es la de su cuerpo desnudo, cubierto solo por las sábanas revueltas, y al lado, Alejandro, duerme. Su rostro está sereno, pero su postura es arrogante, como si el mundo entero le perteneciera incluso en el sueño.Un nudo de incomodidad se forma en su pecho. No sabe qué pensar ni qué sentir al despertar en su cama, con él ahí, después de todo lo sucedido. No quiere quedarse allí un minuto más. Se incorpora con rapidez, cubriéndose con las sábanas mientras se levanta.Con pasos ligeros, se dirige al vestidor, donde comienza a vestirse con rapidez, elige un conjunto simple.No quiere enfrentarse a él ni dar explicaciones. Su mente está llena de pensamientos contradictorios. ¿Qué había significado esa noche para él?
—Confío en que me hayas hecho viajar por un asunto verdaderamente urgente, madre.Después de un viaje largo y agotador, Alejandro llega a Valdoria. Sale casi sin aviso de Monteluce, dejando atrás la mansión Ferraro apenas recibe la llamada de su madre. Ahora, al cruzar la puerta del despacho, la ve sentada frente a su escritorio, esperándolo.—¿No me saludarás, Alejandro? —dice, su tono suave pero cargado de descontento.—Buenos días , madre —saluda mientras se sienta frente a ella.—Voy a pedirle a Rómulo que te traiga algo para beber, ¿Que prefieres? ¿Té o café?—Prefiero un vaso de whisky, ya tomé café en el avión —responde, mientras se recarga en el respaldo de la silla, buscando algo de comodidad tras el largo trayecto —. Ve al grano, madre.Luciana lo observa fijamente, su voz suave pero cargada de seriedad.—Quiero que recuerdes a cada instante el motivo por el cual te casaste con Valentina Baeza, Alejandro. Él la mira, un tanto cansado, y responde con una mezcla de frustració
El motor ruge con fuerza mientras Alejandro conduce a toda velocidad. Su mandíbula está tensa, los nudillos blancos por la presión con la que agarra el volante. La rabia le sube por la garganta como una oleada de fuego. La llamada todavía retumba en su mente.—Ese Luca Moretti no sabe con quién se está metiendo —escupe entre dientes, golpeando el volante con la palma.Pero algo lo inquieta, algo que no logra admitir. ¿Es realmente la propuesta descarada que la secretaria de Moretti le transmitió lo que lo altera… o hay algo más? Una imagen le atraviesa el pensamiento: Valentina, con su sonrisa franca, sentada junto a Moretti, hablando, riendo, compartiendo miradas.Siente un nudo en el pecho. No puede evitarlo. La idea de que trabajen juntos lo envenena por dentro.—No… no puedo sentir esto —susurra con voz ronca, como si al decirlo pudiera arrancárselo de raíz.Se obliga a mirar al frente, a concentrarse en el camino, pero la verdad ya lo ha alcanzado. —No puedo sentir nada por la h
Los días transcurren lentamente en la mansión Ferraro, y Valentina comienza a sentir cómo la pesada rutina de este lugar la ahoga. No tiene noticias de Alejandro. Nadie la deja salir, nadie le da una respuesta clara. ¿Dónde está Alejandro? ¿Por qué no la ha llamado? Está atrapada en un lugar donde las paredes parecen presionarla hacia el olvido.Está de pie en el salón, mirando por la ventana hacia el jardín vacío, cuando de repente su teléfono suena. Un número familiar aparece en la pantalla: su padre. Sin pensarlo demasiado, desliza el dedo para responder.—Hola, papá —dice Valentina, forzando una sonrisa.La voz de su padre resuena cálida y preocupada al otro lado de la línea.—¿Cómo estás, hija? ¿Todo bien? Hace días que no sé nada de ti.Valentina se tensa al escuchar la pregunta. La verdad es que no está bien, pero no quiere preocuparlo. Además, en su mente, ya ha aprendido a mantener las apariencias, como siempre.—Sí, papá, estoy bien —responde con una sonrisa falsa que ni el
Valentina Baeza está sentada al borde de la cama, rodeada por el silencio opresivo de una habitación lujosa en un hotel. Lleva puesto un vestido blanco que pesa más de lo que debería. Frente a ella, el espejo le devuelve la imagen de una mujer que no reconoce: ojos apagados, labios tensos y un corazón golpeando con fuerza en el pecho.La puerta se abre de golpe. No necesita girarse para saber quién ha entrado. Su presencia llena el espacio como una tormenta: Alejandro Ferraro. Su fragancia, una mezcla de alcohol y perfume caro, llega antes que él. Cuando se acerca, Valentina siente el calor de su cuerpo y la tensión densa en el aire.—Valentina... o mejor te llamo Señora de Ferraro —dice él con una voz burlona y cínica.Ella levanta la vista para encontrarse con la suya. Sus ojos marrones la escudriñan con una intensidad que la hace desear desvanecerse en la nada. Hay algo en él que la aterra y la atrae al mismo tiempo.Él se tambalea ligeramente al acercarse más; su aliento delata qu
***Flashback***Una semana atrásValentina llegó a casa con una sonrisa tenue en los labios y la cámara colgando del hombro. Aún le costaba asimilar que, por fin, era fotógrafa profesional; no porque dudara de su capacidad para lograrlo, sino porque el tiempo había pasado muy rápido. Aquel debía ser un día para celebrar… pero algo en el aire la puso en alerta apenas cruzó la puerta.Su padre estaba en el sillón del comedor, con la mirada perdida y un fajo de papeles en las manos. No los leía, solo los sostenía, como si su peso fuera abrumador.Dejó la mochila en la entrada y colocó con cuidado la cámara sobre la mesita, pero sus movimientos se volvieron lentos, casi automáticos, al notar el silencio tenso que llenaba la casa.—¿Papá? —dijo, acercándose—. ¿Estás bien?Andrés Baeza alzó la vista. Tenía los ojos hundidos, como si llevara días sin dormir. Dudó antes de hablar, pero al final soltó un suspiro largo y tembloroso.—Valentina, siéntate, por favor. Necesito hablar contigo.Ella
Dos días antes del matrimonio.El aire en el lujoso edificio del Grupo Ferraro estaba cargado de una tensión palpable cuando Valentina cruzó el umbral de la puerta principal. El brillo de las paredes de cristal reflejaba su figura, iluminando su presencia como si cada paso que daba fuera una sentencia. Su cabello, un marrón claro que caía con suavidad sobre sus hombros, brillaba bajo las luces del lugar. Su silueta dejaba entrever la gracia con la que se movía, cada curva de su cuerpo resaltada por el ajuste perfecto de su vestido. La suavidad de su piel blanca, casi etérea, contrastaba con la dureza del lugar.Alejandro estaba allí, esperándola, con una mirada fría y calculadora. Sus ojos recorrían su figura con la calma de quien ya ha ganado una batalla y ahora disfruta del espectáculo. Cada paso de Valentina parecía acercarla más a su destino, y él lo sabía. Podía casi saborear la victoria en el aire, como si hubiera encontrado finalmente la pieza que le permitiría cobrar su veng
El sol se cuela tímidamente por las cortinas cuando ella abre los ojos. Por un momento, permanece inmóvil, tratando de recordar dónde está… y entonces la realidad la golpea con la misma fuerza que la noche anterior. Ya no está en su habitación, en su casa, en la vida que conocía. Está en la cama de un lujoso hotel. Es la esposa de Alejandro Ferraro.Se incorpora con lentitud, sintiendo el peso de la noche en los músculos y en la mente. A pesar de todo, ha logrado dormir unas pocas horas, aunque el sueño ha sido ligero y plagado de pensamientos confusos. Se gira hacia el otro lado de la cama, donde él había estado, pero el espacio está vacío. Mucho mejor.Un suave toque en la puerta la sobresalta.—¿Puedo pasar, señora? Soy Ana. Estaré a su servicio de ahora en adelante —dice una voz firme pero amable.Durante un instante, ella no sabe qué responder. No quiere ver a nadie, no quiere hablar, no quiere fingir que todo está bien cuando en realidad su mundo se ha derrumbado.—No necesito n