CAPÍTULO 11. Rostros y Máscaras
Valentina, aún con el corazón latiendo rápido por la humillación sufrida, se detiene en uno de los balcones de la mansión. Necesita aire. Necesita no llorar delante de todos.
Apoya las manos en la baranda fría y cierra los ojos un instante, respira hondo. La brisa fresca le revuelve algunos mechones del cabello, pero no le importa.
—¿Puedo acompañarla? —pregunta una voz masculina, profunda, con un acento italiano sutil.
Valentina se gira lentamente. Frente a ella, un hombre desconocido sonríe, impecable en su traje oscuro.
—Luca Moretti —se presenta, haciendo una leve reverencia, como si estuvieran en otra época—. Un placer.
Ella parpadea, sorprendida. No lo vio entre los invitados, pero su educación prevalece.
—Valentina... Ferraro —responde, con una sonrisa suave, aunque sus ojos siguen mostrando dolor.
—Lo sé —dice Luca—. Es difícil no fijarse en usted.
Valentina baja la mirada, incómoda.
—Es una noche hermosa —dice él, con voz serena—. Aunque para algunos parece estar llena de tor