CAPÍTULO 72. Bajo su propia tormenta.
Isabela camina por el pasillo del despacho de Alejandro, los documentos firmemente sujetos contra su pecho. Sabe que son importantes, que no puede demorarse, y aun así siente una extraña aprensión. Alejandro está llevando los negocios a segundo plano y eso le preocupa. Los inversionistas están molestos; cada día que Alejandro descuida sus negocios, aumenta la tensión. Al llegar a la puerta, toca suavemente:
—Alejandro, he traído los documentos… —dice, pero nadie responde.
Toca de nuevo, un poco más fuerte.
—Alejandro, ¿está allí?
De repente, desde dentro del despacho, una voz grave y áspera resuena:
—¡Déjenme en paz!
El tono no es el habitual de Alejandro. Hay algo en él, un hilo de desesperación, o tal vez de enojo, que hace que Isabela se detenga. Frunce el ceño, desconcertada, y toca la puerta una vez más.
—Alejandro… ¿estás bien?
—¡Vete! —exclama la voz, más fuerte, cargada de una furia extraña.
Isabela titubea. La voz de Alejandro nunca suena así; algo no está bien. Con un impul