Amadeus la miró fijamente, su expresión endureciéndose ante la pregunta de Elena. Su mandíbula se tensó, como si luchara con sus propias emociones. Finalmente, dejó escapar un suspiro y habló con voz grave. —No sé si el amor sigue siendo lo que nos une, Elena. Pero lo que sí sé es que no voy a perderte tan fácilmente. ¿Si quieres que deje a Rebeca? ¡Lo haré! Pero a cambio, quiero que me jures que nunca volverás a mencionar el divorcio. Quiero que te sometas a mí en todos los sentidos.
Elena sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Sus manos temblorosas se cerraron en puños sobre su regazo. Su orgullo herido la impulsaba a gritar, pero su mente le exigía frialdad. Alzó el rostro y, con una voz firme, respondió. —¡Acepto tu condición, Amadeus! No volveré a mencionar el divorcio. Pero hay algo que tú también debes hacer si realmente quieres que esto funcione.
Amadeus frunció el ceño, desconfiado. —¿Qué es lo que quieres, Elena?
—Devuélvele a mi padre todas sus acciones y permítele recupe