El día siguiente fue un espejismo de calma. Damon no me dejó sola ni un segundo. Me mantenía cerca como si temiera que me desvaneciera. Pero yo ya no era la misma. La noche de pasión, la pelea con Viviana, el roce con la posibilidad de un embarazo… todo me había cambiado.
Y sin embargo, algo me seguía carcomiendo por dentro.
La foto.
La maldita foto enmarcada que vi aquella vez en la habitación del tercer piso. Él nunca me contó quién era. No quise preguntar otra vez después de regresar del secuestro, pero la duda crecía como una espina enterrada.
Y como si el universo conspirara, Camille apareció con su sonrisa venenosa.
—Buenos días, señora —dijo con esa falsa dulzura que usaba solo cuando Damon no estaba cerca—. Me alegra verla de buen humor últimamente. Supongo que el patrón ha sabido cómo complacerla.
No respondí. Ni siquiera me digné a mirarla.
—A veces pienso en la señorita Eleonor —dijo de pronto, y su voz bajó una octava, casi nostálgica—. Ella sí era digna del señor Damon. S