CAPÍTULO 5

POV VITTORIA MORETTI

 

Los días fueron un caos entre la planificación de mi boda y la presión constante. No tenía tiempo para pensar en lo que sería mi vida después. Y eso era bueno. Mantenerme ocupada evitaba que pensara en la verdad.

Pero había algo que no podía borrar de mi mente.

Luca. Postrado en una cama de hospital. Con su vida pendiendo de un hilo.

Mi padre buscaba culpables, movía cada ficha dentro de la Cosa Nostra. Pero no los hallaría. Porque el hombre que casi lo mata era el mismo al que debía prometerle mi vida.

Aleksey sería mi esposo.

El aire en casa pesaba. Sentía que algo se avecinaba.

La tormenta llegaría mañana.

Mi boda.

Antonella llegó temprano. Mi prima, mi amiga, la única que aún me daba consuelo.

—Vito… la película terminó hace rato.

Parpadeé, perdida.

—No puedo concentrarme… —susurré—. Tengo miedo.

Ella me abrazó fuerte, como cuando éramos niñas. Solo que ahora los monstruos eran reales.

—Prométeme que serás inteligente con esto. No puedes confiar en él.

—Lo sé —respondí. Y lo sabía.

Sabía que Aleksey no era un hombre que se pudiera desafiar. Que mi destino ya estaba escrito.

Pero debía sobrevivir. Por mi familia. Por Antonella.

—Voy a estar bien —mentí.

Ella me abrazó otra vez. Y supe que, en unas horas, ese sería el último respiro de paz que tendría.

El día ya era extraño, pero se volvió aún más desconcertante cuando el guardia entró en la sala.

No por su tono, sino por lo que dijo.

Por cómo sus palabras me helaron la sangre.

—Señorita Vittoria, la esperan afuera.

Fruncí el ceño.

—¿Quién?

—Lia y Anastasia Romanova.

El aire se me atascó en los pulmones. Maldito asma.

Antonella me miró con preocupación.

—¿Para qué?

—No dijeron, solo pidieron que saliera —respondió el guardia.

Podía negarme, pero no debía hacerlo. Eran Romanov. Eran mi futuro.

—Voy a estar bien —mentí, apretando la mano de Anto antes de salir.

—No tienes que ir —murmuró Anto, apretando mi mano con fuerza.

Pero sí tenía que hacerlo.

Mi futuro esposo era un Romanov, lo quisiera o no, y rechazar una invitación de su familia, de las mujeres que llevaban su mismo apellido, no era una opción.

—Voy a estar bien —susurré, sin estar segura de sí intentaba convencerla a ella o a mí misma.

No pareció creerme, pero no discutió.

Con pasos temblorosos, salí de la sala, sintiendo que el aire se volvía más pesado a cada paso. Cuando atravesé la puerta de la mansión y mis ojos se posaron en el automóvil estacionado frente a la entrada, mi estómago se encogió.

Dentro, las dos mujeres me observaban con expresiones que no lograba descifrar.

Y eran... bellísimas.

Su belleza no solo era impactante, sino de esas que te obligaban a mirar dos veces para asegurarte de que no era producto de la imaginación. Lia Romanova poseía una elegancia natural que la hacía parecer inalcanzable. Su cabello oscuro enmarcaba un rostro impecable, y su mirada afilada daba la impresión de que podía ver a través de cualquier mentira.

Anastasia, en cambio, tenía una energía diferente. Si Lia era hielo, ella era fuego. Su sonrisa radiante y la chispa en sus ojos la hacían fascinante. Si no supiera quiénes eran, habría pensado que eran modelos o actrices de renombre, no mujeres nacidas y criadas en la mafia.

Las piernas me pesaban, pero no podía detenerme.

Me obligué a seguir avanzando.

Cuando abrí la puerta trasera del auto y me deslicé dentro, el aire a mi alrededor pareció espesarse.

Las observé de reojo, sintiéndome completamente fuera de lugar.

—Ciao —saludé en un murmullo, mis mejillas ardiendo bajo sus miradas escrutadoras.

Lia esbozó una sonrisa.

—Ciao, Vittoria. Come stai?

La sorpresa me hizo pestañear. Su italiano era perfecto.

—Mia madre è italiana —explicó, como si hubiera notado mi desconcierto.

Asentí, sin saber qué responder.

—Pero la mía no —intervino Anastasia con tono relajado—. Así que mi italiano está un poco oxidado. Será mejor que nos comuniquemos en inglés.

Tragué saliva.

—Me sorprendí cuando me avisaron que estaban aquí. Pensé que conocería a la familia de Aleksey en la boda.

—Él tendrá su despedida de soltero, así que tú también tendrás la tuya con nosotras —anunció Anastasia, encendiendo el motor del auto.

Mis labios se entreabrieron por la sorpresa.

—¿Despedida de soltero? —pregunté, mi voz más baja de lo que me habría gustado.

—Bueno, no sabemos muy bien qué traman ellos —intervino Lia con un aire evasivo—. Y, para ser sincera, tampoco sé exactamente qué haremos nosotras.

—¿Ah no? —arqueé una ceja, sintiendo una pizca de diversión mezclada con el nerviosismo.

Anastasia sonrió con un destello de travesura en los ojos.

—Bueno, ya les diré. Primero iremos de compras, almorzaremos y tendremos tiempo de conocernos mejor. Después, iremos al cine, luego a beber unas copas para entrar en ambiente, y como la cereza del día... ¡iremos a ver a Adele!

Mi boca se abrió en una pequeña exhalación sorprendida.

—¿Adele?

—Sí —asintió, visiblemente satisfecha con mi reacción.

—Nunca pensé que mi despedida de soltera incluiría algo así. En realidad, pensé que no tendría una.

—Bueno, considéralo un regalo anticipado de boda —agregó Lia, mirándome por el retrovisor—. Queremos que este día sea memorable para ti.

Mi pecho aún se sentía apretado, pero al menos, por ahora, podía respirar. Tal vez, después de todo, no sería tan terrible.

Las calles de Nápoles vibraban con vida mientras el auto avanzaba entre el tráfico caótico. Desde la ventana, veía turistas y locales entremezclándose en una danza desordenada, algunos admirando la arquitectura centenaria, otros simplemente ocupados en su día a día.

Anastasia conducía con una facilidad envidiable, completamente relajada a pesar de las calles estrechas y los conductores impacientes. Lia, en cambio, estaba atenta. Demasiado atenta. Su mirada barría cada esquina, cada peatón, cada vehículo que se acercaba demasiado.

Era casi como si no supiera cómo hacer otra cosa.

—¿Siempre eres así? —pregunté con cierta curiosidad.

Me miró por el retrovisor, sus ojos oscuros evaluándome antes de responder.

—Siempre.

—Es su estado natural —intervino su prima con una sonrisa—. Si un día la ves relajada, preocúpate. Algo malo está por pasar.

No estaba segura de si era una broma o no.

El auto se detuvo frente a Via dei Condotti, la calle más exclusiva de la ciudad, donde las boutiques de diseñadores italianos exhibían sus colecciones tras vitrinas impecables.

Anastasia me enlazó del brazo con una familiaridad desconcertante mientras bajábamos.

—Vamos, Vittoria. Esto es una despedida de soltera, no una reunión con abogados. Relájate un poco. No mordemos... al menos, no a personas que nos caen bien.

Intenté sonreír, aunque aún me sentía tensa.

La tienda en la que entramos era un paraíso de telas exquisitas y cortes perfectos. Anastasia se movía entre los percheros con naturalidad, deslizando los dedos sobre la seda y el encaje, admirando cada prenda con una apreciación genuina. Lia, por su parte, no tocó nada. Se mantuvo cerca de la entrada, su atención dividida entre la tienda y el exterior.

—Entonces, ¿qué colores te gustan? —preguntó de repente, sacándome de mis pensamientos.

—Negro. Blanco. Azul marino. Rosado.

Hizo una mueca.

—Qué aburrida.

Lia arqueó una ceja.

—No la asustes, Ana. Apenas está empezando a acostumbrarse a nosotras.

—No la estoy asustando, solo trato de conocerla mejor. —Se defendió antes de girarse hacia mí—. Cuéntanos de ti, Vittoria. Sabemos lo básico, pero queremos conocerte más allá de lo que dicen los documentos.

Claro que me habían investigado. Inspiré profundamente.

—No hay mucho que contar. Me gradué y siempre quise ir a la universidad a estudiar Economía. Pero no pude hacerlo por... circunstancias personales.

Sus expresiones no cambiaron, pero sentí que ambas captaron el peso de mis palabras.

—Las circunstancias personales suelen cambiar muchas cosas —murmuró Lia.

Anastasia no insistió en ese tema. En cambio, sacó un vestido rojo de un perchero.

—¿Qué tal este?

—Demasiado llamativo para mí.

—Justo por eso deberías probártelo.

Suspiré, pero no discutí.

Después de varias prendas y demasiadas opiniones sobre cuál resaltaba más mi figura, terminamos con varias bolsas en mano y caminamos hasta un restaurante con terraza con vista a el Castel dell'Ovo, Capri y el mar.

El sol de la tarde bañaba las escalinatas en tonos dorados mientras los turistas paseaban y se tomaban fotos. Lia eligió una mesa estratégica con vista a toda la plaza.

—¿Siempre eligen los lugares así? —pregunté, observando cómo analizaba cada punto de entrada y salida.

—Sí —respondió Anastasia con una sonrisa—. Al principio puede ser un poco molesto, pero cuando te acostumbras, se vuelve reconfortante. Si algo explota, lo más probable es que ella ya lo haya previsto cinco minutos antes.

Rodé los ojos con diversión.

—Eso suena... alarmante.

—No, suena eficiente —corrigió Lia con una sonrisa.

La comida llegó, y con ella, una conversación más relajada.

Me hicieron preguntas sobre mi infancia, sobre los lugares que extrañaba, sobre mis platillos favoritos. En algún punto, Anastasia me pidió que hablara en italiano porque, según ella, "sonaba hermoso" y quería aprender más.

Luego, inevitablemente, el tema llegó a Aleksey.

—¿Ya ha hecho algo que te saque de quicio? —preguntó Anastasia con expresión divertida.

—Definitivamente.

—¿Cómo qué?

Dudé un momento antes de responder. No podía decirles la verdad.

—Es... demasiado controlador. Siempre parece pensar que sabe lo que es mejor para mí.

Las dos se rieron.

—Eso suena a Aleksey —dijo Lia, apoyando los codos en la mesa—. ¿Sabías que cuando éramos niños, se metió en una pelea con un chico solo porque ese niño me miró mal?

—¿En serio?

—Sí. Y el niño tenía doce años. Aleksey tenía ocho.

Solté una carcajada.

—Yo tengo una mejor —intervino Anastasia, inclinándose hacia mí con emoción—. Una vez, cuando éramos adolescentes, intenté escabullirme de casa para ir a una fiesta. Aleksey me atrapó antes de que lograra salir y, ¿adivina qué hizo?

—¿Te delató?

—Peor. Se quedó conmigo toda la noche para "asegurarse de que no hiciera nada estúpido".

Mi risa se perdió entre los murmullos del restaurante.

Por primera vez en todo el día, la tensión en mi pecho se desvaneció. Quizá, después de todo, las Romanov no eran tan aterradoras como había imaginado. Ellas eran diferentes a los hombres.

[...]

La fila avanzaba lentamente mientras nos acercábamos a la entrada del estadio. El ambiente era electrizante: risas, conversaciones animadas y la emoción palpable de la gente a nuestro alrededor. Todo se sentía... normal.

Hasta que sus teléfonos sonaron al mismo tiempo.

Un escalofrío me recorrió la espalda sin razón aparente.

Vi a Lia fruncir el ceño y hacerle una seña a Anastasia para que contestara. No entendí por qué su expresión se volvía tan tensa de repente, pero una sensación de inquietud se instaló en mi pecho.

Anastasia asintió y puso el altavoz.

El rugido que salió del teléfono me hizo dar un respingo.

—¡¿Куда, чёрт возьми, ты увез мою невесту?! (¿A dónde carajos llevaste a mi prometida?)

No entendí las palabras, pero la voz... esa voz profunda y autoritaria me golpeó con la fuerza de un puñetazo en el estómago.

Aleksey.

Mi cuerpo entero se tensó.

Apreté los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en mis palmas. Sentí que la sangre se me iba del rostro, como si mi cuerpo supiera antes que mi mente que algo estaba terriblemente mal.

El tono de Aleksey era letal.

Rápidamente, Anastasia respondió algo en ruso con un tono ligero.

—У неё девичник, почему? (Está teniendo su despedida de soltera, ¿por qué?)

Las palabras se enredaban en mi mente, incomprensibles.

¿Qué estaba diciendo?

¿Qué le había dicho Aleksey?

Quise preguntar, pero mi lengua estaba pegada al paladar.

La respuesta de Aleksey fue más grave, con una furia que parecía arder a través del teléfono.

—Какой девичник? Разве я это одобрил? (¿Qué despedida? ¿Acaso yo lo aprobé?)

Mi corazón empezó a latir con fuerza contra mis costillas.

¿Por qué estaba tan enojado?

¿Había hecho algo malo al venir aquí?

Entonces, sin previo aviso, Lia intervino, su voz cortante y firme.

—Похоже, она тоже не одобрила твою мальчишник, так что перестань быть идиотом. (Ella al parecer tampoco aprobó tu despedida de soltero, así que deja de ser estúpido)

No entendía nada.

Me mordí el labio, tratando de encontrar sentido a la situación.

Pero luego escuché mi nombre.

—Виттория будет дома через полчаса, или у вас обоих будут серьёзные проблемы со мной. (Vittoria estará en su casa en media hora o ustedes dos tendrán serios problemas conmigo)

Mi cuerpo se estremeció. Lo único que entendí con claridad fue mi propio nombre.

¿Qué había dicho de mí?

¿Qué iba a hacer?

De repente, la advertencia de Aleksey me golpeó con la misma intensidad que aquella noche en la biblioteca.

¿Eso quieres? ¿Que todos terminen arrastrándose como parásitos porque no pudiste obedecerme?

Un nudo se formó en mi garganta.

¿Y si este enojo no era solo por mí?

¿Y si estaba planeando hacerle daño a alguien más?

¿A Luca?

¿A mi hermana?

El miedo se arrastró lentamente por mi columna.

Entonces, la llamada terminó abruptamente. Lia le había arrebatado el teléfono a Anastasia y había colgado sin dudarlo.

El bullicio del estadio regresó de golpe, pero para mí, todo se sentía amortiguado.

Miré a las dos chicas, todavía demasiado aturdida para procesar lo que acababa de pasar.

—Era Aleksey, ¿verdad? —murmuré en un susurro. Mi voz salió débil, apenas reconocible. Tragué con dificultad—. Creo que ya debemos volver.

Lia sostuvo mi mirada. No parecía asustada, ni siquiera preocupada.

—Sí, era él. Pero no te preocupes. Vamos a disfrutar este día. No dejaremos que él arruine esto.

No entendía cómo podía estar tan tranquila.

No entendía nada.

Ana suspiró pesadamente.

—No debimos haber colgado así, Lia —murmuró con frustración—. Aleksey no es alguien con quien se juega.

No, no lo era.

Y yo lo sabía mejor que nadie.

—Lo sé —respondió encogiéndose de hombros—. Pero tampoco nos vamos a dejar intimidar. Vittoria merece disfrutar este día, y él tendrá que entenderlo.

¿Cómo podía estar tan segura?

¿Cómo podían actuar como si no pasara nada, cuando yo apenas podía respirar?

El aire se sentía espeso. Mi mente iba a mil por hora, repitiendo el sonido de su voz, intentando reconstruir todas las palabras que no había entendido. Intentando adivinar qué significaba todo esto para mí.

Para la gente que me importaba.

Para aquellos a quienes Aleksey podría hacer daño.

Mi estómago se revolvió con la idea.

—Vamos, entremos —dijo Lia de repente, forzando una sonrisa mientras tomaba mi mano—. Todo estará bien.

Asentí mecánicamente.

Pero la verdad era que no creía ni una sola palabra.

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