CAPÍTULO 6

POV ALEKSEY ROMANOV

 

Entré en la habitación sin prisa, sin tocar la puerta, porque me importaba una m****a lo que estuviera pasando dentro. Y, sinceramente, no me sorprendió lo que vi. Akin, como siempre, hundiéndose en la carne de alguna mujer cuya cara ni siquiera recordaría mañana.

La habitación apestaba a sudor, sexo y desesperación.

Me recosté en el sillón de cuero con una pierna cruzada sobre la otra, tamborileando los dedos contra el brazo del asiento mientras observaba la escena frente a mí con una indiferencia casi aburrida. No se detuvo ni un segundo cuando entré. Si acaso, pareció empujar más fuerte dentro de la asquerosa italiana que gemía, gritaba y se retorcía debajo de él como si estuviera siendo sacrificada en algún altar pagano.

Había visto esto demasiadas veces como para inmutarme. Él seguía con lo suyo, ignorándome, y yo tampoco tenía intención de interrumpirlo más de lo necesario. Pero el asunto era importante. La escena debería haberme entretenido más, pero no tenía tiempo para esta m****a.

—¿Podrías acabar ya con esa puta?

Ella intentó protestar, pero él la calló con una mordida.

—Tiene un culo delicioso —murmuró—. Mete tu polla en él y deja de joderme.

—Ya liberé mi estrés —respondí con la misma indiferencia.

—Entonces déjame liberar el mío —gruñó, volviendo a sus embestidas como si mi presencia no importara una m****a.

No rodé los ojos porque no me rebajaría a mostrar irritación. En su lugar, exhalé con lentitud, dejando que la impaciencia se filtrara en mi voz.

—Vamos, termina. Tenemos que irnos.

Unos minutos después, la mujer cayó de rodillas y recibió la descarga de Akin con la boca abierta, como una devota recibiendo la bendición de su dios personal. Asco.

Me puse de pie con calma cuando él se acercó a mí desnudo, con su rostro todavía cubierto de placer y un ligero rastro de sudor en la frente.

—¿Qué demonios pasa?

No perdí tiempo.

—Vittoria no está en casa —solté, con los dientes apretados—. Anastasia y Lia la secuestraron.

No fue hasta que pronuncié esas palabras en voz alta que la furia me golpeó en pleno pecho, ardiendo con una violencia que me tensó los músculos del cuello.

Malditas.

Pero antes de que pudiera seguir, la voz de la zorra detrás de mi primo me hizo girar la cabeza con lentitud.

—¿Nos volveremos a ver?

No lo hizo en serio, ¿verdad?

Akin rodó los ojos.

—No, Fabiana. Vete.

La mujer frunció el ceño, como si de verdad creyera que importaba.

—No me llamo Fabiana.

Una carcajada seca y carente de humor se deslizó de mis labios.

—¿Y me tiene que importar? —gruñó, perdiendo la paciencia.

Cuando vi que su mano se flexionaba en busca de su arma como si estuviera considerando sacarle la m****a a la mujer, decidí que había tenido suficiente.

—Lárgate. —Le ordené, tomándola del brazo y sacándola de la habitación sin más miramientos. Cerré la puerta tras de mí y volví a mirar a Akin—. No podemos matar a nadie, aunque desearía hacerlo. Vístete, iremos por Vittoria.

Él frunció el ceño.

—¿Y tú despedida? Es en veinte minutos y no pienso faltar. Aleksander ya tiene todo preparado.

Parpadeé un par de veces, reprimiendo las ganas de meterle un balazo en la pierna solo para que dejara de hablar de esa jodida despedida.

—Ahora entiendes. —Mi voz salió afilada—. Primero dejamos a Vittoria en casa y después vamos a mi despedida.

Suspiró pesadamente y se cruzó de brazos.

—Déjalas. Obviamente no se están follando a nadie.

Le clavé una mirada gélida.

—No, pero es posible que se vea con el hijo de puta de su ex prometido, y no toleraré esa falta de respeto.

Abrió los ojos con sorpresa y chasqueó la lengua con incredulidad.

—Es lo mejor que te puede pasar para no tener que casarte con ella —reveló, dándome un golpe en el brazo—. Si se ve con su ex prometido, podrías usar eso en su contra y decidir no casarte. Igual ya conseguimos las ubicaciones que necesitábamos.

Entreabrí los labios, considerando la idea.

Sí.

Sería una opción. Podría aprovecharme de eso, romper la alianza, largarme de esta farsa de matrimonio y seguir con mi vida sin tener que arrastrar a esa mujer conmigo.

Pero entonces, algo se activó en mi cabeza como un maldito disparo.

No.

No.

No después de mi amenaza.

No después de la forma en que se quebró frente a mí.

Vittoria no lo haría. Ella no era tan estúpida.

La furia explotó dentro de mí con la intensidad de un maldito incendio forestal.

—¡Mierda! —gruñí, pasando una mano por mi rostro—. ¡Estropeé mi única oportunidad para deshacerme de esta puta alianza!

Apreté los dientes con tanta fuerza que escuché el crujido de mi mandíbula.

Akin me miró con un deje de burla en los labios, pero no me importó. No había vuelta atrás, ella no lo buscaría.

Y si lo hacía…

Mis dedos se cerraron en un puño.

Si lo hacía, me encargaría de que no volviera a intentarlo. Nunca.

—Vamos —gruñó, cortando mis pensamientos. La impaciencia en su tono se mezcló con la desesperación—. No hay tiempo que perder. O me perderé yo mismo al tener que presenciar estos dramas de relaciones estúpidas, y no será nada bueno.

Lo miré realmente mal, la frustración rebosando en cada músculo de mi cuerpo.

—Aún puedes ser un buen primo y casarte con ella, ¿lo sabes, verdad?

Se detuvo, su mirada se encontró con la mía, y vi esa chispa de provocación que siempre se encendía cuando creía que podía manejarme.

—No estoy interesado en ninguna mujer de esa manera. Jamás me casaré, pero venga ya, ¿En serio no te atrae en lo más mínimo, esa chica? —Su tono tenía una mezcla de burla y curiosidad, frunciendo el ceño mientras esperaba una respuesta—. Es hermosa.

—Nunca dije que no lo fuera —me encogí de hombros, sin dar más detalles.

La tentación de decir lo que realmente pensaba era fuerte, pero algo en mí me decía que no lo hiciera. Había una delgada línea entre la verdad y la necesidad de guardar la compostura en este maldito momento.

—Su belleza es… —me detuve un segundo, buscando las palabras correctas.

—Irreal —respondió Akin por mí, sin titubear.

—Exacto, pero, aun así, no me atrae.

Se cruzó de brazos, y un suspiro pesado se escapó de sus labios, como si me estuviera evaluando. La sonrisa en su rostro era arrogante, confiada. Esa misma sonrisa que me recordaba que siempre tenía una respuesta para todo, una idea para contradecirme, pero en este caso, no lo haría.

—Sé que jamás pensaste en casarte, formar una familia y querías seguir viviendo la vida como lo venimos haciendo… en descontrol —sonrió altanero, como si todo eso fuera una especie de broma cósmica que yo debería entender—. Pero a veces es bueno un poco de control en tu vida. Tal vez ahora la odies, pero al conocerla, puede que todo cambie. Que tu mundo cambie y todo se vea menos sombrío.

—¿Qué eres psicólogo? —pregunté, no creyendo lo que acababa de escuchar.

—No, pero eso fue lo que dijo mi psiquiatra en una de mis sesiones… Fue un buen momento para usarla, ¿verdad?

Ambos nos miramos en silencio, y algo dentro de mí estalló, el humor negro y la locura combinándose en una mezcla explosiva. No pude evitar reírme también. Era un puto loco.

La risa se desvaneció tan rápido como vino.

—No tengo tiempo para tus teorías baratas.

—Entonces, ¿por qué no te relajas un poco y dejas que el destino te arrastre a donde le dé la gana?

Mi respuesta fue rápida, casi instintiva.

—El destino no tiene poder sobre mí. Yo soy el que lo maneja.

Sabía que no iba a ganar esta discusión. Al menos no hoy. Pero algo me decía que mi paciencia, siempre escasa, se agotaría más rápido de lo que él imaginaba.

—Vamos —gruñí, cortando el silencio que se había hecho pesado—. Vístete. No hay tiempo que perder.

 

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