—¿Cómo lo hiciste?
—¿Qué?
Rubí no entendía la pregunta de su hermana. Estaba en estado de shock. Su vida era un completo desastre en ese justo instante.
—¿Qué, cómo lo hiciste? —preguntó de nuevo, tomándola del brazo para que la mirara directo a la cara.
—No sé de qué hablas… —susurró, sin poder apartar de su mente, el recuerdo de Eros, entrando en su habitación y diciendo tan tranquilamente que iban a casarse.
—¿No lo sabes? —su hermana menor hizo una mueca de desdén. Era evidente que no le creía ni una palabra—. Eres tan cínica. Siempre tratando de dar lástima, ¿no? —señaló su oído—. Dime, ¿finalmente decidiste dejar de fingir? ¿Eso de que no puedes tener hijos también es una mentira?
Rubí pareció recordar el aparato que llevaba en el oído. Lo acarició con lentitud.
—¿No te alegra que vuelva a escuchar?
Hasta el momento ningún miembro de su familia se había mostrado especialmente entusiasmado ante esto.
—No puedo alegrarme de algo que nunca dejaste de hacer.
—Mariana, yo realme