Se encontraba sentada en el sofá de la sala principal del departamento, cuando de repente, un dolor agudo le cruzó el abdomen.
—¡Ay! —gimió doblándose ligeramente hacia adelante, respirando con fuerza.
—¿Qué pasa, mi niña? —preguntó su Nana desde la cocina sin poder verla.
Apretó con fuerza los dientes sin responder. Sentía que no podía hablar. El dolor parecía ser demasiado fuerte como para soportarlo.
Inmediatamente, sintió cómo se contraía todo dentro de ella y luego soltaba, pero el dolor quedaba ahí, latiendo con fuerza.
Había investigado sobre las contracciones, había leído mucho los últimos meses. Pero nada la había preparado para un dolor tan crudo y real.
Apenas tenía ocho meses, no se suponía que fuera a nacer justo ese día. Así que el pánico comenzó a subirle por el pecho. ¿Y si era algo malo? ¿Y si la niña...?
Gritó de nuevo al percibir otra oleada inesperada de dolor.
Su Nana, que estaba en la cocina, dejó caer algo al suelo —una taza, quizás— al escuchar su segundo ge