A una semana de su encierro, la puerta de la habitación se abrió, revelando la figura de una mujer.
La visitante tenía un cabello rubio, ligeramente ondulado, que caía sobre sus hombros. Llevaba puesto un abrigo de gabardina que ocultaba en gran medida las curvas que cubrían su pálida piel. Sus ojos eran grandes y el maquillaje realzaba su mirada.
—¿Entonces tú eres la famosa esposa encerrada? —se burló con una sonrisita ladeada.
Se sintió molesta de solo escucharla.
¿Esposa encerrada?
¿Cuántas personas sabían que Eros la mantenía presa en su propia habitación?
La sola idea de que todo el mundo supiera que estaba allí, privada de su libertad y, sin embargo, nadie hiciera nada para ayudarla, la entristeció.
—¿Tú quién eres? —se enderezó. Era una extraña y, por supuesto, no quería que la mirara en su peor estado.
—Alguien que quiere saber cómo has estado —se adentró en la habitación, lanzando curiosas miradas a todos los rincones—. Es obvio que él no te visita desde hace mucho tiempo, ¿v